La crisis del Derecho

UN Photo/Evan Schneider

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Vivimos tiempos duros para el Derecho. En momentos de crisis, parece que cualquier situación de emergencia justifica pasar por encima de nuestros principios e instituciones en pos de adoptar soluciones que hace unos años ni siquiera hubiéramos contemplado. Da la impresión de que quienes nos gobiernan se encuentran ahora exentos de respetar aquellas reglas que tardamos años en edificar y que hoy constituyen los pilares de nuestro Estado de Derecho.

Los ejemplos están por todas partes. El actual Gobierno y el anterior, amparándose en la terrible crisis económica, han aprobado un número sin precedentes de Decretos-Leyes. Desde que tomó posesión Mariano Rajoy, llevamos 29 Reales Decretos-Leyes, una cifra récord para algo más de 11 meses de Gobierno. Varios de estos Decretos-Leyes contravienen lo dispuesto en el artículo 81 de la Constitución, ya que afectan a los derechos fundamentales o se dictan sin que exista una situación de extraordinaria y urgente necesidad. En Cataluña, buena parte del arco parlamentario repite hasta la saciedad que las urnas legitiman la vulneración de la Constitución, ya sea para emprender la senda soberanista o para negar validez a la Sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía.

También en la esfera internacional se reproduce el fenómeno. Esta semana el Gobierno de Israel ha anunciado que no acatará ninguna Sentencia de la Corte Internacional de Justicia que haya sido promovida por Palestina, que el pasado jueves fue reconocida como Estado con estatus de observador por la Asamblea General de Naciones Unidas. El anuncio de Israel es una directa contravención de lo establecido en el artículo 94 de la Carta de Naciones Unidos y un ataque directo a los principios más elementales del Derecho Internacional. Y, en una lista de ejemplos de violaciones del Derecho que se intentan justificar por situaciones de crisis, no puede faltar el caso de Guantánamo, que nos recuerda día a día que el terrorismo internacional puede triunfar en sus objetivos y lograr que nosotros mismos pongamos en peligro nuestras libertades.

Puede parecer que estos ejemplos son pequeñas renuncias que realizan los Gobiernos para preservar fines más importantes. Algunos incluso dirán que ignorar algunas normas es el precio que se paga por mantener en pie los principios más elevados de nuestra sociedad. Este debate entre libertad y seguridad en momentos excepcionales no es nuevo en nuestra historia. Montesquieu decía que “hay casos en los que hace falta por un momento poner un velo a la libertad”, y ya desde los romanos se admite que en momentos de necesidad los excesos están justificados.

Pero la historia demuestra que la vulneración del Estado de Derecho nunca supone la solución de los problemas, sino el agravamiento de los mismos. Al quebrantar las instituciones se pone en peligro la legitimidad de quienes toman las decisiones y se cometen agresiones contra las libertades cuya reparación es aún más difícil de afrontar que el problema que se pretendía prevenir. Además, los ataques al Estado de Derecho ponen en peligro la existencia misma de la democracia. No podemos olvidar que una de las principales funciones del Derecho, y en especial del Derecho Constitucional, es la de ejercer de límite frente a los excesos de los poderes públicos. Al permitir que los gobernantes infrinjan las normas diseñadas para limitarles se pone en peligro la estabilidad misma de las instituciones.

La gravedad de los problemas que se amontonan puede provocar que pensemos que vulnerar un artículo de la Constitución o de la Carta de Naciones Unidas es, a fin de cuentas, un mal menor. Pero no debemos olvidar que nuestras instituciones y nuestras libertades son el fruto de siglos de luchas por un país más libre. Corremos el riesgo de levantarnos un día y encontrarnos con que, para combatir la crisis, hayamos permitido que se derrumben algunos pilares de nuestra sociedad que no seamos capaces de reconstruir. Seamos conscientes de ello la próxima vez que escuchemos que incumplir una ley o un principio no es más que un tecnicismo.

Fernando Galindo

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